Vibra La Lomita con la Sinfonía coral de Beethoven en el Concierto Navideño

Culiacán, Sinaloa.- La Novena Sinfonía, de Ludwig van Beethoven, se escuchó vigorosa, tempestuosa y vivificante en el templo guadalupano de La Lomita, que lució con un lleno total, por un público que escuchó expectante a la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las Artes, así como a los cuatro solistas y a un coro de más de cien voces, todos bajo la dirección concertadora del maestro Miguel del Real.

El tradicional concierto de diciembre que forma parte de la Temporada de Otoño 2018 del Instituto Sinaloense de Cultura y la Sociedad Artística Sinaloense, y fue disfrutado en cada uno de sus cuatro movimientos por un público expectante, que se estremeció en el cuarto movimiento, en el que se suman el Coro y los solistas para cantar La oda a la Alegría, del poeta alemán Friedrich Schiller.

Participaron como solistas la soprano Jessica Loaiza (de Culiacán), la mezzosoprano Oralia Castro (de Guamúchil), el barítono José Manuel Chu Reyes (de Navolato) y el tenor Armando Piña (de Mazatlán), sinaloenses con presencia nacional e internacional, así como el Taller y Coro de Ópera de Sinaloa y el Coro Taller de Ópera de Los Mochis, bajo la dirección concertadora de Miguel del Real.

El programa –enteramente dedicado a Beethoven (Alemania 1770-1827)- inició con las bellas notas de la Obertura Egmont, opus 84, como un preludio para el plato fuerte que fue la célebre Sinfonía No. 9 en Re menor, opus 125 Coral, en cuatro movimientos: Allegro ma non troppo, un poco maestoso, Scherzo: Molto vivace – Presto, Adagio molto e cantábile y finalmente el Presto: And die freude.

La sinfonía, última de las nueve que compuso Beethoven y que desde su estreno en 1824 patentiza los anhelos de libertad y de fraternidad en la humanidad, es conocida por las innovaciones que introdujo en la composición musical de la época –la introducción de voces y de percusiones en la música sinfónica-.

La pieza es muy conocida incluso para los menos avezados en los clásicos; muchos de sus acordes se han escuchado como temas o fondos musicales en comerciales o películas. Considerado como una ascensión espiritual, en tonos vigorosos, en ritmos calmos y a veces vertiginosos, la pieza va ascendiendo hasta desembocar en el cuarto movimiento, el más esperado.

En el techo se proyectan las primeras palabras en español del Himno a la alegría. Se levanta el barítono Armando Piña e inicia la célebre introducción de las voces con esta invitación: “O Freunde, nicht diese Töne!…” (¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Cantemos algo más agradable y alegre!).

Y le sigue parte del coro con las primeras frases del Himno: “¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Ebrios de tu fuego pisamos, oh diosa, tu santuario!”. Se suman los demás solistas. Se funden con el coro, dialogan, se rechazan, se encuentran, se vuelven a fundir en un maremágnum vertiginoso.

Poco a poco, tramo a tramo, el sonido del coro va in crescendo y pronto ya todo mundo, público y músicos, están inmersos en un mismo elevado sentimiento, hermanados en ese mar de sonidos vigorosos que te llevan más allá “sobre la bóveda estrellada”, donde “debe habitar un Padre amoroso”.

Fue una noche memorable para todos, con un público que estalló en aplausos y vítores en cuanto se apagó el último acorde, patentizando su emoción y su gratitud ante este agasajo auditivo de fin de año que, desde hace 19 años, cierra la Temporada de la SAS e ISIC.

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