ROCHA Y EL NOROESTE DE MÉXICO • Entre la soledad y la integración
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Por José Luis López Duarte
El resumen que los gobernadores electos del noroeste de México pactaron son un cúmulo de ideas de gran calado, que bien vale la pena mirar por el retrovisor y observar nuestro pasado para dimensionar las tareas del presente y visualizar el futuro sin prejuicios ni complejos, para valorar qué tanto son plausibles.
Sinaloa no tiene muchos momentos visionarios en sus gobiernos a través de su historia, tanto que sueño oweniano de la bahía de Ohuira, en Topolobampo, hace ya casi 150 años, pasó inadvertido para las fuerzas económicas y políticas de entonces, cuya mayoría residía en Mazatlán y en Culiacán, sin haber un impacto fuera de la zona del norte, y mucho menos racionalizar su filosofía y futurismo económico.
Fueron muchas décadas de sobrevivencia en el proceso de producción y acumulación de riqueza que vivió la sociedad sinaloense, tanto que las grandes fortunas en general provienen a partir de la explotación extensiva e intensiva de la tierra, particularmente a partir de la construcción de presas y distritos de riego, elevándose significativamente la producción con lo que le comercio creció y desarrolló la acumulación.
La victoria aliada en la segunda guerra mundial, que incluyó a Estados Unidos, la participación de México en ella, la poderosa fuerza e ideología nacionalista que prevalecía, encabezada por el general Lázaro Cárdenas y el aún incipiente desarrollo del sur norteamericano, permitió el desarrollo y auge del modelo económico mexicano basado en la sustitución de importaciones, circunstancias que le dieron a la región del noroeste, en particular a Sinaloa, un rol preponderante en la producción agrícola nacional y en la exportación hortícola, permitiéndole incorporarse al auge nacional, al desarrollismo en todas sus expresiones, como urbanización, electrificación, sistemas de agua potable, sistemas de salud y tantos cambios que tuteló el llamado “milagro mexicano”, pero que también provocó mayor desigualdad, lo que se transformó pronto en lucha política.
Fueron casi cuatro décadas de ese periodo que prácticamente convirtió a México en un país integrado, una república importante e influyente en el mundo, coincidiendo con una época internacional que también se agotaba y que produjo un periodo de gran inestabilidad y desajustes que provocaron la quiebra del modelo nacional y empezó una etapa de enorme disputa internacional y nacional.
Eran los años ochenta del siglo pasado, y en México se debatía cuál sería el nuevo rumbo del país, como a nivel internacional crujía la época de la “guerra fría”, “oriente – occidente”, y el socialismo se derrumbaba frente al capitalismo.
En México el gobierno desarrollaba un nuevo modelo a contrapelo de los intereses norteamericanos. Miguel de la Madrid construía alianzas con país de Europa y el sudeste asiático para integrarse al proyecto “Cuenca del Pacífico”, que integraban Japón, Corea, Taiwán, Singapur, Malasia, entre otros, y que aquí en México desarrollaban la infraestructura y condiciones industriales para invadir el mercado estadounidense desde la frontera mexicana.
Aquí en Sinaloa ese proyecto lo encabezó Francisco Labastida Ochoa, desarrollado en 1987 en la idea de integrar a Sinaloa en ese plan que ya venía a nivel nacional desde 1983.
La idea del gobernador de convertir a Sinaloa en una región agropecuaria, industrial y comercial, junto con Miguel de la Madrid y todo el plan de la “Cuenca del Pacífico”, con el fraude electoral de 1988 con Carlos Salinas y los acuerdos de este con el gobierno de Estados Unidos, los hicieron “morder el polvo”.
Aquella idea de Labastida Ochoa tuvo grandes frutos, aunque no alcanzó el éxito, como el sueño del tren Mochis – Kansas, sí desarrolló Topolobampo, construyó la MAXIPISTA, inició el cultivo de mariscos en cautiverio, urbanizó las ciudades, dio un salto en la construcción de vivienda popular y la educación y cultura crecieron, dándole otro rostro a Sinaloa, que aún se recuerda con nostalgia.
Han pasado 30 años desde entonces y hoy, que el neoliberalismo a nivel mundial vive la crisis de sus efectos salvajes, como destrucción del medio ambiente y el empobrecimiento de las sociedades, como aspectos que condensan ese salvajismo, hoy se está abriendo otra época de esperanzas e ilusiones, al colocarnos ante la disyuntiva de: Se detiene esa destrucción humana y del planeta, o ese salvajismo del neoliberalismo acabará con todo.
Por eso, es razonable cambiar de enfoque y actitudes, como en lugar de la competencia, la colaboración, de la confrontación la paz, de la acumulación y desigualdad pasar a una mejor distribución de la riqueza, pensamientos que los gobernadores electos dejan entrever como conducta de gobierno, y eso hace mucha falta ahora.