La rutina del asesino en serie de Atizapán: visitar cada día a su última víctima
La pala excavadora seguía este miércoles arañando la tierra en busca de restos de mujeres supuestamente asesinadas en casa de Andrés N., El Chino, en Atizapán (Estado de México). El hombre fue encarcelado el lunes tras un registro policial en el que se encontraron indicios de que había matado y descuartizado a una de sus víctimas, Reyna González, de 34 años, desaparecida hacia el jueves de la semana pasada.
La Fiscalía encontró bisutería, zapatos, esmalte de uñas, un secador de pelo, y algunas identificaciones de otras dos mujeres cuyo rastro se perdió en 2016 y 2019. Se trata de Rubicela Gallegos y Flor Nínive Vizcaíno. De inmediato dieron por seguro que estaban ante un asesino reincidente.
La policía acordonó el recinto, en la colonia Las Lomas de San Miguel, y decenas de periodistas seguían desde lejos las tareas de un hormiguero de especialistas que buscaban pruebas inculpatorias. El camión de los bomberos seguía aparcado y las camionetas de los agentes atravesadas en la calle para frustración de los curiosos.
Mientras Maura Valle recogía la ropa, en su terraza se habían colocado un puñado de reporteros en busca de una imagen que era imposible, pues la policía tendió una lona para impedirlo. Valle contaba lo que todos los vecinos: que el hombre se acercaba a su casa a comprar carnitas, que nunca tuvo pareja, pero sí una hermana que ya no vive en el pueblo, que tenía buen trato con la gente del barrio, puesto que fue representante vecinal. “Hasta esas farolas las mandó instalar él”, señalaba la mujer desde su terraza.
El hombre alquilaba habitaciones en su casa y uno de sus inquilinos era un médico, Fernando López, que instaló en una estancia su consultorio y que fue desalojado antes de que empezara la búsqueda. La última víctima del Chino, Reyna González, tenía una tiendita de celulares cerca de la casa y dos niños pequeños, quizá tres. Los vecinos la daban por madre soltera. Era bajita y guapa.
“El hombre siempre estaba en la puerta de su tienda, siempre, hablaba con ella, siempre, siempre allí”, dice Karla Narváez, tras el mostrador de su farmacia, a dos cuadras de la casa de los crímenes. La mujer mudó su negocio unas calles más allá y el asesino se mudó con ella. “A diario estaba ahí en la tienda platicando con la muchacha, diario. Creo que le traía comida a veces”, cuenta la peluquera de enfrente, Marisol, sin soltar el cabello de su clienta.
El lunes, algunos vecinos se alarmaron. “Vimos al hombre tirado en el suelo, y la policía. Nos acercamos y todo pensando que le habría pasado algo, cuando nos dimos cuenta de lo que ocurría. Le habían golpeado”, sostiene Gladys, mientras abre el portón de su casa para que salga un vehículo. Quizá esa es la razón de que al Chino, a quien todos consideran un hombre en plena forma, se le viera trastabillando mientras dos policías lo conducían detenido, como cojeando, aturdido.
“¡Aquí está el asesino de la muchacha, viene retratado!”, vocea un vendedor de periódicos con un altavoz. “¡La mató, la descuartizó y le agarraron!”, sigue la megafonía por la calle. Y muchos rememoran al monstruo de Ecatepec, otro asesino en serie, cuya detención en 2018 dio lugar al hallazgo de una decena de cadáveres de mujeres en cubetas y en el congelador de dos domicilios.
Con información de El País.