“Recuerdo el Día de las Madres, ella siempre hacia su cazuelona de frijoles puercos, acompañada de sopa fría y refrescos por si llegaran a venir sus 12 hijos y sus nietos”

A FELICITAS, MI MADRE

Dr. Renato Quintero Arredondo

 Hoy les contaré la historia de una gran señora, Doña Feliz, como comúnmente le decían. Se llamaba FELICITAS. Pues esa señora era, orgullosamente, mi madre. Ella era puro amor y dulzura, y en mis 68 años qué tengo de vida, no he podido encontrar persona semejante a ella. Era tan bonita por dentro y por fuera. Intentaré describirla por fuera.

Era blanca, chaparrita con piel suave y fresca; la tocabas y la sentías aterciopelada, como si tocaras un ángel. Su boca chiquita, su nariz respingadita y sus ojos chiquitos, color café claro; su pelo cano, a sus 94 años, que caía sobre su espalda, casi a la cintura. Siempre fue de abundante cabello, se hacía sus trenzas para andar en la casa; y para ir al Seguro Social, se hacía un chongo español. Siempre olorosa con talco Maja, sus piernas torneadas que hacían juego con su hermoso caminar, caminaba siempre recto a pesar de su edad. Ella cocinaba y hacía las labores de la casa. Nunca se dio por vencida.

Ahora le contaré cómo fue por dentro. Era una señora de un gran corazón, era buena, muy bondadosa, cariñosa, seria y tranquila. Hablaba cuando era necesario, siempre dispuesta a dar un consejo o una ayuda. Era la consejera en Campo Romero, la que ponía inyección o hacia curaciones, tal vez por eso mi gusto por la medicina. Siempre recibía un saludo amable, con respeto y cariño. Mi padre tenía mucho ganado: chivos y borregos, sin contar las gallinas. Y, para mala suerte de mi mamá, los vaqueros duraban poco tiempo, así que ella se encargaba de ordeñar a las 40 o más vacas paridas; aparte tenía que preparar el desayuno del vaquero, del tractorista, el regador y los taspanadores. Nosotros, la pasábamos en Culiacán, estudiando, sólo en vacaciones era cuando hacíamos la talacha del campo.

 Mi madre tuvo 14 hijos, 6 mujeres y 8 hombres. Todos fuimos muy bonitos, dos de ellos se murieron de chiquitos, quizás del ombligo; fue lo que diagnosticaron la gente de antes. Sólo le quedaron 12, y a ésos, los navegó hasta su muerte (94 años). Por ellos dio su vida y más. Siempre, por las noches, velaba y rezaba por ellos, pidiéndole a Dios que los cuidara y los protegiera, aunque, como decía ella, ya criados y educados, sólo fueran a verla en cada venida de obispo.

Recuerdo el Día de las Madres, ella siempre hacia su cazuelona de frijoles puercos, acompañada de sopa fría y refrescos por si llegaran a venir sus 12 hijos y sus nietos; pero, por desgracia, siempre éramos los mismos cinco que acudíamos a festejar a ese ser tan lindo, divino, puro, bondadoso y tan lleno de luz que era mi madre. Eso sí, llegaban con su regalote: un corte para un vestido, y ella se encargaba de buscar costurera y pagar la hechura; otros, llevaban un juego de Tupperware, de esos que venden en la Ley.

Mi regalo siempre fue, primero un beso bien tronado en su frente, un abrazo bien fuerte, deseando que se quedara por siempre y para siempre conmigo, y 4 ó 5 vestidos muy bonitos, los cuales se los renovaba en Navidad. Y otros de mis queridos hermanos ni se acordaban que tenían madre.

Esa gran señora era mi madre, a quien siempre llevaré en mi corazón y en mi pensamiento, y jamás la podré olvidar; porque ella es y será por siempre, mi gran amor filial.

Tengo tantos y bonitos recuerdos de ella, porque mi madre es de las personas que NUNCA MUEREN; Porque siempre alguien se acuerda de ella; seguramente, un hermano, hermana, pariente o amigo, en estos momentos se está acordando de ella. Mi Madre Querida, desde aquí, con todo mi amor, respeto y cariño, en este 10 de MAYO, te deseo Feliz Día de las Madres. Sé que tu labor de madre no termina, aunque ya no estés con nosotros. Desde el cielo nos mandas tus bendiciones y le pides al Señor, nuestro Dios, que nos cuide, nos proteja y nos de felicidad. 

Mi madre nació en un ranchito, llamado La Guamuchilera, hoy sindicatura de Las Tapias. Nació allá, por el año de 1915, aún era sierra y se transitaba a pie o a caballo y por veredas. Para llegar a Culiacán, duraban un día. Ahí vivió su infancia y su adolescencia. Se casó con mi padre, Don Pedro, y por 15 años continuaron viviendo en La Guamuchilera, pero viendo que no había futuro para sus hijos, un amigo le sugirió que se fueran a la costa, a El Molino, un ranchito ya con tierras de riego y cerca de los esteros y el mar donde podía pescar… Le gustó la idea, lo platicó con mi mama y decidieron venirse, ya tenían 9 hijos y estaba embarazada de mí, así que decidieron probar suerte. Vivieron muy felices por un tiempo. Entonces, otro amigo le platicó que se estaba formando un ejido nuevo, llamado Balbuena, que estaba más cerca de Culiacán; le dijo que se debería de apuntar para ver, si con suerte, le tocaba tierra, al día siguiente se vino con su amigo a Balbuena. Mi padre no estudió leyes, pero era muy entrón, parecía licenciado. Habló con los representantes y no sólo consiguió tierras para él, también consiguió para sus 4 hermanos y su hijo mayor Diego, mi hermano, y así fue como los Quintero llegaron a mi querido Campo Romero. Mi madre ya estaba embarazada de mí, así que en ese Campo nacimos yo, Mario y Martha.

Este pequeño relato, que espero y sea de su agrado, lo dedico a todas las madrecitas presentes y ausentes, como un pequeño presente para todas las Madres en su Día, 10 de Mayo. Que Dios las bendiga siempre y por siempre.

Con información de https://relatosfrias.blogspot.com/2021/05/10-de-mayo-dia-de-las-madres-recuerdo.html?m=1

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