LA CRISIS DEL PRI • O de todos

Por José Luis López Duarte

Hace dos días, un minúsculo grupo de priistas tomaron la sede nacional del PRI con inusual violencia, como si la intentona pretendiera más el escándalo que subir una posición a la mesa de debates de ese partido, en aras de reencausar su ruta y, más allá, buscar soluciones a su crisis.

Lo que vive el PRI es mucho más que esa manifestación ruidosa y de escándalo, es una crisis de un partido que perdió todas las gubernaturas que puso en juego, como también una crisis estructural del régimen de partidos, que incluye a todos.

El sistema de partidos en México prácticamente se instaló en 1996, con la nueva ley de partidos y la instalación del Instituto Federal Electoral (IFE), el primer árbitro imparcial después de 80 años de elecciones postrevolucionarias en nuestro país.

La creación del IFE significó un hito histórico en la vida del país, que concluyó el rol de árbitro electoral del gobierno, que durante décadas prevaleció en el país, construyéndose con él una red de ciudadanos que, desde entonces, organiza, vigila y califica las elecciones.

Con el IFE surgió entonces una auténtica competencia política que transformó a los partidos, PAN y PRD específicamente, de partidos contestatarios y opositores, en competidores electorales, que poco a poco le fueron arrinconando posiciones al PRI que, incluso, en la primera elección que organiza el IFE, en 1997, pierde la mayoría de la cámara de diputados y la primera elección en el DF de su jefe de gobierno.

La transición hacia ese nuevo régimen de partidos empezaba con fuerza y esta era tanta que en el 2000 se da la alternancia al ganar el PAN la presidencia de la república, desatándose desde entonces un fenómeno de descomposición en los partidos políticos, del que nunca hasta ahora han podido superar.

Pareciera como si la máxima de “el poder corrompe” hubiese penetrad por su piel y les haya invadido hasta el tuétano, como una corrosión invasiva total e imposible de superar.

De lo que tanto se criticó y combatió al PRI, ahora la oposición era víctima, la corrupción del poder. Pero lo peor no ha resultado esa corrupción de partidos, sino que descompone por completo el sistema de partidos y avanza poderosamente a desarticular a quien le dio la vida institucional: El INE.

De lo que resulta que hay en todo el proceso una agresiva corrosión ideológica, cultural, política y hasta moral, que tiene destrozada a los partidos políticos y no hay signos de algún camino rápido y sencillo para encontrar las soluciones.

En mi opinión, pareciera que más bien la crisis de los partidos es el reflejo de la crisis del sistema político mexicano, específicamente su modelo presidencial centralista y absolutamente autoritario, de donde emerge al final todo el halo de corrupción que la sociedad mexicana respira todos los días.

Porque pensar en cambiar partidos, traer otros nuevos, anularlos todos con candidaturas ciudadanas, no funciona mientras la máquina del gobierno sigue decidiendo y ahora más, por esa ausencia de partidos, en donde todos al final del día serán inexistentes.

Quienes idearon un movimiento antigobiernista el 2020 se equivocaron en la forma y el método, pero en la idea creo que no. Los partidos no tienen salida si no se insertan en la tarea de modificar ese modelo de gobierno, cuya naturaleza es absolutamente antidemocrática, y así no existe ni la competencia, menos la democracia.

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